La comunidad académica de Estados Unidos vive con creciente preocupación el avance de las políticas impulsadas por el expresidente Donald Trump y su impacto directo sobre las universidades financiadas con fondos públicos. La amenaza de recortes masivos, la censura de líneas de investigación y el temor de docentes a represalias políticas han reconfigurado el panorama de la educación superior norteamericana. Un escenario que no resulta ajeno al que experimentan actualmente las universidades nacionales en la Argentina bajo la gestión de Javier Milei.
En un informe reciente de la Asociación Estadounidense de Profesores Universitarios (AAUP), se alerta sobre una “estrategia autoritaria clara” por parte del gobierno republicano destinada a “aplastar la libertad académica y la investigación crítica”. En palabras de Todd Wolfson, titular de esa entidad, “la coerción y las exigencias sin precedentes de Trump han generado inestabilidad y un efecto paralizante en los campus de todo el país”.
El caso más emblemático es el de la Universidad de Columbia, que cedió ante la presión oficial tras ser acusada de tolerar manifestaciones propalestinas. Para evitar perder más de 400 millones de dólares en subsidios federales, la institución aceptó modificar su postura frente a las protestas estudiantiles. También la Universidad Johns Hopkins sufrió el impacto: con el retiro de 800 millones en fondos públicos, anunció más de 2 mil despidos, afectando de manera directa sus programas de investigación biomédica.
En un contexto donde palabras como “diversidad”, “vacunas” o “cambio climático” son consideradas políticamente sensibles y potencialmente sancionables, investigadores e investigadoras adoptan perfiles bajos para evitar represalias. “Cualquier cosa puede pasar en cualquier momento”, expresó una científica en condición de anonimato desde Colorado, revelando el clima de miedo y autocensura instalado en buena parte del sistema universitario estadounidense.
Un espejo que inquieta a la universidad argentina
Aunque con diferencias contextuales, la situación de las universidades públicas argentinas empieza a reflejar síntomas preocupantes similares. La administración del presidente Javier Milei ha ejecutado un severo recorte presupuestario que amenaza la continuidad de programas científicos, becas, salarios docentes y el normal funcionamiento de las casas de estudio.
A eso se suman declaraciones y discursos oficiales que descalifican a la universidad pública, así como acusaciones sin fundamento hacia sus autoridades y docentes. Las manifestaciones estudiantiles, lejos de ser consideradas expresiones legítimas de protesta, son tildadas por funcionarios del oficialismo como “adoctrinamiento” o “resistencia ideológica”.
La comunidad universitaria argentina, con una tradición de autonomía y compromiso social, observa con inquietud lo que sucede en Estados Unidos bajo el influjo de Trump. La experiencia norteamericana deja una advertencia clara: cuando los gobiernos asocian la crítica con el enemigo, y la ciencia con la política partidaria, la universidad deja de ser un espacio de pensamiento libre para convertirse en un territorio de control.
Un llamado a defender la autonomía y el conocimiento
Lo que está en juego no es solo el financiamiento, sino la esencia misma de la educación superior como generadora de pensamiento crítico, conocimiento científico e inclusión social. Tanto en Estados Unidos como en la Argentina, las universidades enfrentan una amenaza que va más allá de lo económico: se trata de la disputa por su sentido, su función y su lugar en la democracia.
Por eso, las voces que se alzan hoy desde los campus norteamericanos encuentran eco en las aulas argentinas. Y viceversa. Porque cuando la ciencia y la educación son arrinconadas por el poder político, lo que se debilita no es una ideología, sino el futuro colectivo.













